Este 8M luchamos desde casa

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Más allá de la misoginia demoledora que sufrimos las mujeres día a día, el patriarcado se complementa con un sistema que nos castiga aún más de otras formas. Aparte de las preocupaciones que podemos tener las alumnas de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid o de otros grados universitarios, tenemos que ser plenamente conscientes de que somos unas privilegiadas por haber podido llegar a donde nos encontramos, aunque nos quede mucho por recorrer y muchos derechos por conquistar. Por esto, nos parece muy necesario sacar a relucir las realidades de otras mujeres, quizá con menos voz, que tienen que conocerse para no ser invisibilizadas.

Mujeres obreras, trans, migrantes, racializadas… todas aquellas que no solo sufren la misoginia, sino también el clasismo, la LGTBIQfobia, el racismo o la xenofobia. La pobreza está profundamente feminizada: somos nosotras las que tenemos mayor tasa de precariedad, de paro, de exclusión social y laboral. Si además de la condición de mujeres tenemos en cuenta estas otras, la situación se vuelve aún más extrema. Y es que no podemos hablar de feminismo sin tener en cuenta que existen más realidades que la nuestra. No podemos dejar nunca de lado a las mujeres en situaciones de mayor vulnerabilidad. 

Las situaciones de necesidad empujan a muchas mujeres a recurrir a la prostitución para poder vivir. A esto se le suma la continua idealización del trabajo sexual por parte de una minoría privilegiada que recibe el apoyo mediático. Desde estos sectores lo promueven como una alternativa liberadora y empoderante, sin siquiera escuchar a las miles de mujeres que han sobrevivido, que hablan de lo que supone tanto a nivel físico como mental. Ya no solo la prostitución, si no también la pornografía ligada a redes como OnlyFans, suponen una forma rápida de conseguir dinero y blanquean una industria que explota a millones de mujeres. Relatos como el de Amarna Miller, la más conocida del movimiento de blanqueo de trabajo sexual, o historias de muchachas de veintipocos años que se han comprado su primer apartamento ‘gracias’ a este tipo de plataformas nos pueden llegar a hacer pensar que este tipo de actividad es empoderante y que solo reporta beneficios. No buscamos nunca criminalizar a quienes necesitan que trabajar de ello, pero creemos necesario intentar contrarrestar esto prestando más atención al resto de mujeres que viven o han vivido la explotación sexual, y que tienen otro discurso.

Es muy posible que alguna joven se vea tentada a entrar en este círculo porque todas las opiniones que ha escuchado al respecto son positivas, edulcoradas y maravillosas. Creemos que, dado que estos testimonios son de la más pequeña minoría de mujeres trabajadoras sexuales, no deberían ser el único referente que se escuche. Según datos del Instituto Andaluz de la Mujer, en 2011 de unas 300.000 mujeres dedicadas a la prostitución en España, el 90% eran de origen extranjero, y el 95% de ellas, lo hacían de manera forzada. Además, según la Federación Estatal LGTB, más del 80% de la gente trans viven en exclusión laboral, y alrededor del 50%, ejercen o han ejercido en algún momento de su vida. Esto está claramente ligado a la precariedad de la que hablamos, y tiene unas consecuencias emocionales devastadoras.

En la charla del primer día en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid, el director dijo que iba a hablar en femenino porque las mujeres somos ya más de la mitad de los estudiantes que entramos a este grado. Esta es la realidad académica en la que nos movemos y, sin embargo, dista bastante de la realidad laboral, donde los hombres siguen siendo más y ocupan los puestos más altos, trabajando tanto dentro de la universidad como fuera de ella –en 2014, tan solo el 17,5% del profesorado de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Coruña estaba formado por mujeres y solamente el 30% del total de arquitectos colegiados en Galicia en el año 2012 eran mujeres–.[1]

Esta situación no es única del ámbito de la arquitectura, sino que muchos campos de estudio considerados femeninos, como el diseño de interiores, el de moda, la cocina y muchos otros, tienen en los puestos más importantes y visibles a hombres. Y no es solo lo que encontramos en los ámbitos de trabajo sino la representación mediática que vemos de estas profesiones, como podemos ver por ejemplo en el nuevo anuncio de este año de Estrella Damm[2] en el que solo hay tres mujeres entre todos los chefs de renombre que aparecen. En ningún momento queremos decir que la mujer deba estar encasillada en trabajos ‘femeninos’, pero incluso en estos trabajos, que siempre han sido catalogados como ‘de mujer’, los puestos más altos los representan hombres. Volviendo al ejemplo de la cocina, en España tan solo el 10% de las estrellas Michelin que se otorgan van destinados a establecimientos liderados por mujeres, aunque seamos mayoría dentro la profesión[3]. Tenemos que buscar romper el techo de cristal –esa barrera invisible que nos impide a las mujeres crecer profesionalmente tanto como los hombres– y alcanzar también los puestos de poder en estas especialidades cuyas bases copamos.

Y qué decir de que fuera de estas disciplinas en las que hemos conseguido hacernos hueco hay que seguir luchando por entrar y estar representadas. No podemos aceptar en 2021 que se siga pensando que las mujeres no entramos a carreras como las ingenierías o las ciencias puras porque no queremos. Hay que ser conscientes de que no se nos educa para pensar que vamos a estar preparadas para desempeñar los trabajos de dicha rama, y esto tiene que cambiar. La adolescente que tiene que plantearse su futuro no puede ver inconscientemente mermada su posibilidad de elección por haber crecido sumida en una gran brecha tecnológica y una falta de representación de la mujer en esos campos. El término ‘brecha tecnológica’ hace referencia a la falta de oportunidades que viven aquellas personas que no tienen fácil acceso a internet, sumándose además a la creciente importancia de su uso en la educación. Por desgracia, esta brecha es más acentuada todavía en mujeres, que tienen menos acceso a internet en todo el planeta[4]. El Día de la Niña en la Ciencia no sirve de nada si los otros 364 días del año no tiene referentes y no se ve con capacidad como para expresar sus gustos por ciertas temáticas porque son ‘de chicos’. Es más, que haya carreras ‘de hombres’ o ‘de mujeres’ en el año en el que estamos es una pena y una vergüenza para las instituciones.

Un aspecto preocupante es que la salida laboral más viable para una mujer ahora mismo es ser funcionaria, ya que las bajas por maternidad y la conciliación son un gran hándicap en empresas privadas. Por el contrario, no se tienen que preocupar de eso con la mayoría de los hombres y, por tanto, les perciben como trabajadores más productivos. Además, aunque las condiciones laborales no es que sean muy buenas para nadie en casi ningún ámbito, no podemos permitir quedarnos estancadas y no seguir luchando por la equiparación salarial entre hombres y mujeres en pleno 2021 –la brecha salarial actualmente es de entre el 15 y el 25% en nuestro campo–. Asimismo, debemos luchar por el fin de las entrevistas de trabajo en las que se nos valora por nuestra proximidad a tener hijos o a tener que cuidarlos en vez de por nuestras capacidades para desempeñar el empleo. Debemos conseguir, de una vez por todas, que la imagen con la que se percibe a una mujer en el campo de la arquitectura –y en general– cambie, y que la sociedad interiorice que a nosotras nos pertenecen los mismos derechos y oportunidades que a los hombres.

Unos párrafos más arriba mencionamos el discurso inicial de un director de universidad que reconocía la mayoría femenina en las aulas, ¿Cómo es posible que aunque a lo largo de los años se vaya compensando la balanza entre alumnas y alumnos en la universidad sigan siendo ellos los que destacan, los que consiguen éxito y los que son relevantes? El hecho de que en toda la historia del Pritzker –el premio más prestigioso que existe dentro del mundo de la arquitectura, que nació hace ya más de 40 años– solo haya sido otorgado a mujeres en cinco ocasiones es un claro ejemplo de que el reconocimiento del trabajo de la mujer en el mundo de la arquitectura es hoy todavía una excepción y que aún queda un gran trabajo por hacer para alcanzar la igualdad, tanto en esta profesión como en todas.

En un intento de destacar la figura de la mujer dentro de su ámbito laboral, han nacido en las últimas décadas varios premios exclusivamente de arquitectura para mujeres –Jane Drew Prize, Prix des femmes architectes, Premio arcVision Mujeres y Arquitectura, entre otros–, queriendo recalcar así su presencia dentro del entorno laboral. ¿No es triste que se tengan que crear conmemoraciones exclusivas para nosotras, como si compitiésemos en otra línea o nuestro trabajo no fuese igual de bueno, simplemente por el hecho de no ser hombres? Es desesperanzador que haya que inventar canales externos para elevar nuestra posición, otorgarnos –un merecido– reconocimiento y conseguir que se nos vea porque en el mundo real no se nos tiene tanto en cuenta como a nuestros compañeros. Varios estudios[5] demuestran también que las mujeres somos menos invitadas a dar charlas o a exponer en congresos, quitándonos la oportunidad de tener voz y de ser escuchadas, disminuyendo también la posibilidad de crear nuevos referentes para las próximas generaciones. 

Nosotras, sin embargo, no debemos olvidar que a lo largo de la historia han existido muchas mujeres que han luchado por conseguir los derechos y oportunidades que nos han permitido llegar a donde estamos hoy. No debemos olvidar que ha habido grandes profesionales a las que mirar como referentes, que existen y existieron, aunque no se les haya tenido tanto en cuenta por su género, aunque no hayan tenido tantas oportunidades de trabajo como sus compañeros y aunque por desgracia no se nombre en los libros. No debemos olvidarlas, y debemos luchar por conseguir que se las reconozca, no como grandes arquitectas mujeres, sino como grandes profesionales en general, sin separaciones de género ni machismo encubierto.

Y sobre todo, debemos seguir luchando para reducir las diferencias que hoy en día marcan nuestra experiencia laboral frente a la de nuestros compañeros, hasta conseguir que tanto nuestras oportunidades, como nuestros derechos y reconocimiento sean iguales.

Por otra parte, y siguiendo con esta idea de mujeres unidas, tenemos que decir que el feminismo no es solo una cuestión de Estado: es un grito global. Las mujeres debemos permanecer juntas, ahora más que nunca. Desde Tailandia hasta Guatemala, pasando por Madrid. Todas merecemos los mismos derechos y no descansaremos hasta conseguirlos.

Año tras año nos reunimos en nuestras ciudades para salir a la calle y gritar contra el patriarcado que nos oprime. Este año, debido a la pandemia mundial, no será posible en algunos lugares. Pero eso no quita que sigamos luchando. No somos menos feministas por no salir a la calle. El feminismo también se hace desde casa, desde el trabajo, desde la escuela misma. Y ahora, gracias a las redes y a su rápida difusión, tenemos más medios que nunca para difundir nuestro mensaje: “El mundo será feminista, o no será”. Con el paso de los años y las experiencias nos damos cuenta de que sin nosotras el mundo no avanza. Se paraliza. Cualquier tarea que se te venga a la cabeza ahora mismo puede ser desarrollada por una mujer: nosotras podemos con todo. Por eso exigimos una igualdad a todos los niveles: social, salarial, económica y de oportunidades. No nos sirve con las leyes, lo escrito no vale de nada si los hechos no lo demuestran, y la única manera de cambiar esos hechos es con la educación. Una educación sexual y afectiva, que nos enseñe desde pequeñas que podemos hacer cualquier cosa que nos propongamos, y que les enseñe a ellos que no somos uno más de sus caprichos. Una educación que nos permita expresarnos con total libertad, con la que podamos identificar nuestros sentimientos y comunicarlos.

El feminismo es liberador. ¿Cuántas veces habéis escuchado a un hombre decir: “mis exs eran todas unas locas”? No, no somos unas histéricas, ni se nos va la cabeza, ni estamos con la regla –de hecho, muchas de nosotras ni siquiera la tenemos–. Somos mujeres, con pensamientos e ideas igual de respetables que el resto, y no vamos a callar hasta que consigamos lo que queremos, lo que nos debéis los hombres desde hace generaciones. Porque sí, las sufragistas solo fueron las primeras en mostrar lo que muchas antes no pudieron contar. Y desde 1848 hasta hoy, 8 de marzo del 2021, luchamos por lo que nos pertenece, y no pararemos hasta conseguirlo.

Hay un vídeo de la youtuber Jordan Theresa en el que habla del concepto ‘No soy como el resto de las chicas’. Nos parece muy importante recalcar la importancia del concepto internalised misogyny, que vendría siendo ‘misoginia interiorizada’. Por muy raro que nos suene, estoy segura de que todas en algún momento de nuestras vidas hemos hablado mal de otras mujeres, aunque no quisiéramos, simplemente por encajar, impresionar a alguien, o por cualquier otra razón. Pero ¿por qué pasa esto? Desde pequeñas a las mujeres se nos educa de una forma muy particular: imposición del color rosa por todas partes, ropa ‘incómoda’, diferentes juegos y formas de expresarnos a los niños, y así con absolutamente todo. No negamos que a muchas nos gusten algunas o todas esas cosas, pero en el otro extremo están las mujeres que rechazan toda esta estética asociada a la feminidad en cuanto empiezan a tener algo más de libertad. Son precisamente estas mujeres las que habitualmente se definen con la frase ‘no soy como las demás’. De hecho, si nos fijamos en una de las mayores referencias de cultura pop, el cine, podemos ver como la mayoría de las veces estas chicas acaban teniendo un glow up (un cambio a mejor) de ser parte de esas ‘demás’ a maquillarse, vestir ropa ajustada y otros estereotipos ‘femeninos’. Todo de forma que consiguen llamar la atención del chico protagonista: como siempre girando alrededor de un hombre. La sola idea de que una mujer debe ser ‘diferente al resto’ para ser deseable para los hombres presenta la idea de que ser una mujer es malo, lo cual es extremadamente problemático y debe ser erradicado. Perpetuar la imagen de que una chica es diferente del resto porque no sigue las modas, no se maquilla, odia el rosa y todo lo que tenga que ver con la feminidad es algo que debemos eliminar cuanto antes. No por no llevar maquillaje o preferir una camiseta ancha vas a ser menos mujer que aquella que se hace el eyeliner todos los días para sus clases online. Todas somos mujeres válidas, y por ello debemos enorgullecernos. ¡Qué más da lo que cada una vista! Lo importante es que seamos conscientes de que juntas somos más fuertes. Desde nuestra revista queremos animaros a todas a que os empoderéis y disfrutéis de ser mujeres, porque esto es lo que nos une a todas por igual. ¡Nos queremos libres y vivas!

Arcroqueta
Azur
harrystyles.png
Pandamonium
Toqioito


[1] http://igualdade.xunta.gal/sites/default/files/files/documentos/as_mulleres_arquitectas_en_galicia.pdf
[2] https://www.youtube.com/watch?v=qWEk5tDIEt4
[3] https://business.vogue.es/carrera/articulos/por-que-hay-tan-pocas-mujeres-en-la-elite-culinaria/16
[4] http://www.unesco.org/new/fileadmin/MULTIMEDIA/HQ/ED/GMR/images/2011/girls-factsheet-sp2.pdf
[5] https://riunet.upv.es/bitstream/handle/10251/97626/ÚBEDA%20-%20IDM-F0005%20Estudio%20sobre%20las%20Mujeres%20y%20la%20Arquitectura.pdf